18 agosto 2014

el soro reescribe en xàtiva su historia de héroes y antihéroes


El Soro soñó más que nadie y obró el milagro. En Xàtiva. Un día 17 de agosto de 2014. A la misma hora que en su pueblo, Foios, sacaban en procesión al venerado madero de la Virgen del Patrocinio. Él, de carne, hueso y prótesis biónica, vistió de nuevo seda y oro de superhéroe y reescribió la historia de quien fue símbolo, santo y seña, auténtico motor de afición de la renaixença de la Tauromaquia valenciana en plena movida de los 70 y 80, y no quiso acabar convertido por las circunstancias y pozos sin fondo en auténtico antihéroe. El Soro volvió a ser la fuerza de l’Horta y se encaramó en La Costera, la comarca que capitaliza Xàtiva, superando todo lo que uno pueda imaginar y más. Una tarde solo alcance de los elegidos y las vidas extremas, de héroes y antihéroes y que pese a todo son incapaces de dejar de soñar.

Soñar es vivir para Vicente Ruiz Soro, el hombre y el torero. Con todo su esfuerzo una vez la pierna maltrecha, tras pasar por las manos del doctor Cavadas, medio le respondió cuanto apenas. Lo suficiente. Y a partir de ahí construyó una voluntad. Una meta: enfundarse el vestido de torear. Un objetivo, poder al toro, burlar su embestida como antaño y encender esa mecha que en las plazas de toros fue auténtica revolución: el sorismo.

La plaza de toros Xàtiva, la vieja y la remodelada, vivieron --probablemente-- la tarde de toros más multitudinaria de su historia. Más de dos tercios del aforo cubierto, más de 5.000 espectadores para reencontrarse con la máxima expresión del sorismo veinte años después de aquel abril de 1994 cuando la rodilla dijo basta y empezó un calvario en una vida en la que, como en una partida de bolos se fue desmoronando todo, menos la ilusión que a la mínima que encontró una rendija se volvió a enchufar para llevar la contraria al mundo entero. Los detalles de todo ese proceso forman parte de la intimidad y de los que siempre respetamos una figura tan especial como la de El Soro.

El caso es que llegó a la plaza de toros de Xàtiva en calesa entre gritos de ‘torero, torero’. Vestido de ciruela y oro El Soro, y un capote con la imagen de la patrona de su pueblo para no sacarla en procesión, pero sí lucirla en tan crucial paseíllo o en la barrera que ocuparon su hija, María Suzette y Eva, su actual pareja. A ellas fue el brindis del primer toro de una tarde de emociones y sufrimiento, de dolor, corazones en un puño y gloria bendita sudada, gozada y bañada con algún que otro lagrimón. Porque hacía falta. No hubo pena. Hubo un tío dispuesto y capaz hasta donde las facultades le acompañan. La técnica y las zarpas al servicio del sentimiento y la pasión. Siempre adelante. Las verónicas a pies juntos, las chicuelinas en la misma boca de riego. El Soro con un par de banderillas en las manos, otra vez. La plaza en pie tras reunir de dentro a fuera en todo lo alto. Y así.

La corrida de Benjumea, el segundo hierro de Cuvillo, en su justa presencia. Ni impresentable ni destartalada. Pareja, cuajada lo suficiente para Xàtiva, con tres repartidos en los lotes más por encima, y, eso sí, agradable por delante. Para todo igual. El Soro en eso no tuvo favores.

La primera faena a un toro escaso de poder la trazó con aires verticales y asolerados. Algunos muletazos, mirando al tendido desde la misma boca de riego, una tanda sobre la diestra ligando hasta cinco girando presto y bien asentado. La plaza entregada. La estocada caída, los fallos con cruceta o puntilla y el posible trofeo que quedaba en vuelta al ruedo.


Daniel Luque y Román rendían su particular homenaje a El Soro brindándole sus dos primeros toros. De Luque la compostura y que aprovechó lo poco que tuvo ese segundo, escaso de raza para cortar una oreja. Otra se llevó Román del tercero. La imagen de esa reunión en el brindis ponía en cuadro y de luces a dos añadas de la Tauromaquia valenciana con cuatro o cinco generaciones de diferencia, lo que va de 1982 a 2014. Román demostró que va ganando oficio y un sitio en la cara del toro que defiende con la firmeza de siempre. No fue toro de brillo especial, pero sí que respondió al temple de Román.

Y volvió El Soro a cobrar protagonismo con el cuarto, a la postre el más enrazado de los seis. Un toro más que suficiente. Con casta y un punto de genio que solo se vio domeñado en la muleta técnica y poderosa de un Soro que se creció hasta provocar un estallido sorista de considerables dimensiones. Con aquella misma fuerza que emanaba de la tierra, contagiaba y emocionaba a cuantos pillaba por banda. Decisión capotera, un pequeño susto al llevar al toro al caballo al andar para atrás, la cuadrilla siempre atenta, tampoco fue un engorro. El Soro manejó los tempos en sus turnos, y se tapó en algunos tercios de los compañeros. Debía estar todo hablado. Como también lo estaría que iban a compartir tercio de banderillas. Luque cuartenado, Román al violín y El Soro al quiebro según su versión del par de la ‘calafia’ y que él bautizó como del ‘Micalet’ el día del estreno en el último festival que toreó en la plaza de toros de València. Era abril del 94. Ha llovido.




Y bajo el calor de Xàtiva nos quitamos unos cuantos tacos de encima. Al enrazado cuarto le dio tela por abajo y a la que se descuidó, sobre las mismas rayas ya le había ligado un manojo en redondo. A compás abierto, cintura engrasada y trazo largo. El Soro mandaba. Temple y mando. Todo ligado. No hubo espacio para el ‘ay’. El olé lo llenaba con muletazos larguísimos. Cuando ya estuvo metido, relajó y afiló la figura, erguida, a compas cerrado. El muletazo con regusto. Al natural también, y al final, la traca. Sempre endavant. La mano al topo --a la testuz--, el péndulo, el sorismo al 100%. El milagro se había consumado. El triunfo era ese. La plaza rugió.

Cayeron las dos orejas, la vuelta al ruedo era un llanto de felicidad y la salida por la puerta grande, la apoteosis. Daniel Luque se apoderó y convenció una embestida rebrincada para acabar toreando con los vuelos en una faena que cosió en una baldosa y que dice mucho del momento de gracia (y poco valorado) en el que se encuentra el sevillano. Los dos orejones fueron inapelables. Por su parte Román le arrancó otra al desrazado y manso sexto que siempre quisó huir. Ambos acompañaron a Vicente Ruiz en la salida a hombros por la puerta grande. 

El Soro abría los brazos, quería a abrazar a todos y lloraba de felicidad y más cosas. Algo solo alcance de los antihéroes y los superhéroes auténticos, de carne y hueso y piernas biónicas. Le di la enhorabuena entre una multitud, de lejos, como lejos queda y debe quedar el día en que nos conocimos. Miró a la cámara: era la felicidad. 


¡L’Enhorabona, Vicent!


PS: Lo que tenga que venir, ya se decidirá. Pero atacar plazas mayores no debe. Esa no es su lucha. Él ya ha ganado.

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